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La persiana

La persiana desciende lenta y pesada, hasta que un “clang” seco resuena en el suelo. Es el ruido de todos los días; un ruido oído miles de veces; un ruido que marca la pausa para comer, o el fin de la jornada. Un ruido que, sin embargo, esta vez ha sonado distinto.   Es viernes, pero María no siente la alegría íntima del fin de semana inminente.  En la calle, junto a ella, otros vecinos están cerrando sus tiendas. Se miran unos a otros y se despiden tímidamente, deseándose suerte. -¡Nos vemos en dos semanas! – grita la vecina. Es joven y agradable. No hará un año que abrió su negocio. Una tienda ecológica puesta con estilo y buen gusto. María ha llevado infusiones alguna vez. Viven y trabajan en un barrio; es gente mayor y están acostumbrados a ello: a echar la parlada; a matar la mañana entre compra y compra, lejos de ordenadores y centros comerciales. De esos centros que se visten con los trapos hechos por los desgraciados a los que ahora culpamos. Miseria de dos mundos que